Thorndike definió la inteligencia social como “la capacidad de entender a los demás y actuar sabiamente en las relaciones humanas” (Thorndike, 1920). Argumentó que la inteligencia social es diferente de la capacidad académica y que es un elemento clave en lo que hace a las personas exitosas y, lo que es más importante, felices en la vida (Shalini, 2009). Basó su teoría en las siguientes tres facetas de la inteligencia:
- Inteligencia abstracta: lo relativo a la capacidad de comprender y gestionar las ideas.
- Inteligencia mecánica: lo relativo a la capacidad de entender y manejar objetos concretos.
- Inteligencia social: lo relativo a la capacidad de entender y dirigir a las personas.
Casi un siglo después, Goleman popularizó otro concepto muy cercano a la idea de inteligencia social. Él (en colaboración con Boyatzis y McKee, 2004, pp. 30-31) se centró en la inteligencia emocional como una amplia gama de competencias y habilidades que impulsan el desempeño de liderazgo. En su trabajo, los autores resumieron veinticinco competencias en cuatro dominios clave:
- Autoconocimiento: Habilidad de identificar emociones y reconocer su impacto mientras se usa sentimientos profundos para guiar decisiones (a menudo se pasa por alto en los entornos empresariales). Juega un papel crucial en la empatía o la percepción de cómo alguien ve una situación; También incluye autoevaluación y confianza en sí mismo.
- Autogestión: capacidad de controlar emociones e impulsos y adaptarse a circunstancias cambiantes. También abarca el autocontrol, conciencia, adaptabilidad, iniciativa y logro.
- Conciencia social: Capacidad de sentir, comprender y reaccionar a las emociones de los demás, mientras que la comprensión de las redes sociales. Incluye la escucha y la comprensión de las perspectivas de otras personas.
- Gestión de las relaciones: Capacidad de inspirar, influir y desarrollar a otros mientras se manejan conflictos. También involucra gestión de conflictos, influencia, comunicación, trabajo en equipo y colaboración.